Abducciones

Y no precisamente alienígenas.

He sido abducido decenas de veces por seres con muchas características extraterrestres. En el día y en la noche.

He sido quien abduce, decenas de veces.

Algunas abducciones se dan entre cientos de juramentos de ternura. Sesiones de exploración de cuerpos acordadas para el riguroso placer de las partes implicadas, que se repiten con relativa frecuencia durante años. En escaleras, construcciones, bosques, cocinas, salas, baños, habitaciones… cualquier sitio es apropiado para la ejecución de este complejo procedimiento.

En otras ocasiones, la abducción se da entre el miedo y la advertencia; la amenaza de una amistad que lo arriesga todo por unas horas de celestial diversión. El poder elemental que posee la lujuria de crear y destruir aquello que no tenga bases sólidas. Así, una noche de placer puede ser el fin, o quedar como un riquísimo secreto.

La madrugada, en un motel de mala muerte.

Entre jadeos, sudor y otros fluidos, quedan en la memoria aquellas intensas expresiones del goce. Miradas explosivas que lo dicen todo, junto a la exquisita melodía de las pieles y los huesos de dos, haciéndose uno. Al ritmo de finos gemidos que aumentan y disminuyen de forma errática su frecuencia.

Durante la abducción, el mundo exterior simplemente deja de existir. Es como si, de repente, la infame composición del todo desapareciera.

Haz un nuevo camino y desaparece para siempre

Lo único que posee verdadera importancia durante el procedimiento, es la variada gama de estímulos sensitivos de la cabeza a los pies, y esas inolvidables siluetas que proyecta la luz tenue en las paredes; curvas y caderas, cabello alborotado y manos inquietas, que resumen todo el arte en una silla, una cama, un mueble o el suelo.

Aquí plantado, esperando a abducir, o ser abducido de nuevo.

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